sábado, 9 de mayo de 2009

Corrupción política en el reino español





La situación política en el reino español es tan alarmante que hablar de corrupción política para describirla es, no solamente erróneo, sino que encubre la naturaleza de la auténtica relación que los ciudadanos mantienen, obligada y a veces hasta inconscientemente, con los poderes. Los casos que actualmente se están destapando en la asamblea de Madrid, lugar de representación pública de todos los ciudadanos en el seno de lo que se considera un sistema parlamentario, ilustra a las claras la situación que denuncio en este artículo.

Yendo más lejos, y por paradójico que parezca, la manida expresión “casos de corrupción política”, difundida continuamente por los informativos de todas las cadenas de los falsimedia, la reiteración continua de la misma, hace creer a los ciudadanos que efectivamente existe un sistema propiamente político, un espacio público de representación popular donde los santos ideales de la democracia y los principios que le son inherentes, están continuamente siendo corrompidos.

Esto, sin embargo, no es así. Y no saber cuál es el auténtico sentido de lo que está ocurriendo con la clase dirigente en este reino, bajo la tutela constante de sus majestades, dormidas en los laureles y al tranquilo amparo de los poderes soberanos logrados mediante una transición controlada, no conocer en profundidad la naturaleza de estos acontecimientos, hace que el ciudadano no solamente tolere la supuesta corrupción política como inevitable, sino que, al generar la impresión de que efectivamente existe un sistema democrático parlamentario que está siendo dañado pero que, no obstante, es real, es incapaz de vincular directamente las calamidades que sufre en la vida personal, la limitación constante de las libertades, que se ven recortadas cada día a fuerza de pequeñas embestidas desde la autoridad de la ley, con la vida política del país.

De hecho, es tal la incapacidad por parte del ciudadano para establecer este vínculo, incapacidad que radica en el desconocimiento de lo que verdaderamente significa aquí, en el reino, tener una elite corrupta en el poder ocupando los espacios de representación, que no solamente tolera los excesos, llegando en algunos casos a justificarlos e incluso a identificarlos con su bienestar, lo cual es inverosímil, sino que achaca sus males, o bien a una equivocada posición personal frente a los problemas, es decir, a una conducta errónea por su propia parte, o, en el caso de trascender el ámbito de su propia identidad, lo achaca a mecanismos ciegos tales como la “economía”, la “crisis”, y toda una suerte de identidades o entes impersonales cuya tangible realidad es generada desde los falsimedia que no solamente desvían la atención y disuelven todo instinto revolucionario o al menos contestatario (pues no se puede replicar a un concepto impersonal como la “economía” y frente a una cosa llamada “crisis” sólo cabe la impotencia de la espera), sino que, además, y por eso mismo, sirve para encubrir que existe toda una elite económica (financiera y empresarial), política y mediática, a nivel nacional y global, que maneja los hilos y que es directamente la culpable de esas continuas restricciones de la libertad y de unas condiciones sociales cada vez más pésimas.

En el reino español concretamente, si el ciudadano no sabe identificar en qué consiste ahora la corrupción de la elite política, no va a poder impedir el progresivo deterioro de un sistema que está siendo absorbido paulatinamente por el abuso de elementos sin escrúpulos, si no es que está totalmente perdido. Y ahí es donde se dirige este artículo, a despertar conciencias. Siento ser yo quien traiga tan malas noticias, pero allá voy.

Cuando escuchamos la expresión “corrupción política” en los falsimedia implicamos de forma inconsciente mucho más de lo que creemos. Esta implicación que hace nuestra propia mente no es fortuita, ya que la clase política y mediática, a veces identificada, es perfectamente consciente de qué conceptos utilizar, ya que mide al dedillo qué efecto tendrán en nuestras conciencias el bombardeo constante de dichas palabras y expresiones. Saben el sentido último que les vamos a dar. Sistema de estímulo y respuesta, como los animalillos. De hecho, a pesar de lo que crea el respetable público, el Gran Público, un partido político cualquiera está mucho más dispuesto de lo que nos creemos a aceptar que en sus filas se han colado esos “elementos corruptos”.

Vamos a ver, pues, cuáles son esas implicaciones subjetivas. Vamos a sacar a la luz, a nivel consciente, los procesos mentales que están ocultos, vamos a ponerlos delante de nuestros ojos, haciéndolos objetivos, para salir del engaño, del sueño dogmático de la expresión “corrupción política”. Se esté atento el lector porque, después de examinar a la luz de una conciencia liberada de engaños los propios engaños a los que está expuesta la conciencia, verá que tal término es difícilmente aplicable a la elite política instalada en el poder. Otra cosa antes de ir por fin al meollo de la cuestión: el caso concreto al que me refiero es al relacionado con el Gobierno de Madrid de Esperanza Aguirre, pero es extensible tanto a otros feudos del Partido Pupular, como Valencia o Murcia, especialmente Murcia, como a otros elementos del PSOE. Incluso diría que, por estar caracterizado este proceso por la absoluta falta de escrúpulos, es extensible a lo que está ocurriendo en el País Vasco, que a mi juicio es lo más escandaloso, lo más vergonzoso, que ha ocurrido en el reino español desde que sus majestades decidieron, motu propio, que el franquismo sería democrático, y muestra que en dicho reino con la ley en la mano todo vale, aunque sea una ley que se crea sobre la marcha y según qué les convenga con interpretaciones ad hoc de la democracia, y muestra también que todos los buenos conceptos políticos, como “libertad, democracia...”, pueden ser mancillados para introducir precisamente reformas contrarias a lo que esos conceptos expresan. Es decir, prostituyen los conceptos. Pretendo demostrar que, siendo el término “corrupción política” un concepto político, incluso su auténtico significado puede ser prostituido para ponerlo al servicio de la gente sin escrúpulos que nos gobierna.

Una acción propiamente política es aquella que está guiada por unos principios ideológicos, que se identifican con el bien, o al menos lo contiene, por tanto, una acción política implica una cierta ética basada en principios puros. Este es el caso del reino español, pues, aunque en realidad PP y PSOE son lo mismo (de ahí que puedan ser llamados PPSOE), ellos incluyen en su discurso, sobre todo de cara a las elecciones, la dicotomía derecha-izquierda. Por tanto asumimos que, en el caso concreto de los dos partidos mayoritarios, se guían en sus acciones por principios o ideales que constituyen la ideología y que determinan u orientan en último término, siendo su fundamento, la dirección de la acción política.

Esto no significa que una acción política establezca en la realidad un valor puro. Nadie mejor que los neomarxistas de la Escuela de Frankfurt, bebiendo directamente de las fuentes del sociólogo Max Weber, quien distinguía entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad para designar las acciones y diferenciar las propiamente políticas de las que deben ser ejecutadas por el cuadro de funcionarios de un sistema burocrático, pues pocos, digo, como Max Horkheimer o Teodor Adorno en el desarrollo de la Teoría Crítica expresaron este rasgo esencial de la acción política. Si la ideología no se ha convertido en acción política, es decir, no se ha desplegado en el mundo para organizarlo y organizarse a sí misma, permanece pura, siempre crítica con el statu quo, inocente, es decir, con las manos limpias. Sin embargo, es inherente a la acción política, como a toda acción en general, el tener que discriminar, el tener que mantener un negocio constante con la realidad. Si la ideología se despliega en el mundo, si entra a determinar la sociedad, si se convierte en praxis, se mancha las manos de sangre, es decir, tiene que pactar con el diablo, parafraseando a Weber. Esto no es por una carencia moral de los agentes que encarnan, representan o pretenden hacer valer la ideología, sino que esta característica se encuentra, a pesar del ser humano, en la propia naturaleza de las cosas. Un mundo perfecto es imposible, y cualquier realista lo sabe. Pero tal realismo no implica necesariamente nihilismo ni pesimismo, ni la inacción. Esto sería de cínicos. El mundo no tiene por qué ser perfecto. E incluso, diría más, si una acción política ha de sacrificar en un momento determinado los ideales que pretende instaurar o que dice representar, puede que lo haga con vistas a hacer prevalecer, a largo plazo, dichos ideales. Esta clase de corrupción es inherente a cualquier sistema político, cualquiera que sea su nomenclatura u organización. Una ética de la convicción desarrollada en el espacio político, es decir, un político que no entendiera esto, llevaría a la sociedad a la ruina. Siempre le echaría la culpa a la realidad, y él sería irresponsable frente a las consecuencias derivadas de su acción, en tanto que sus ideales, a pesar de ir contra la naturaleza corrupta de la realidad, eran santos. El caso en la historia más paradigmático de este romanticismo exacerbado es Adolf Hitler. De hecho, es un error creer que era un gran estratega político, pues sus acciones y el espíritu que las guiaba encajan si acaso en el mundo del genio artístico atormentado, pero jamás en el espacio de la racionalidad, de la instrumentalidad, que es a veces la política. Yo diría más: es esencialmente el peor político de la historia, al haberse situado en las antípodas de la actividad que pretendía desempeñar.

Hay otra clase de corrupción política. Se trata de los elementos políticos que llegan a ocupar espacios de representación popular, es decir, espacios públicos, en el seno de un sistema. Elementos que se corrompen por intereses propios, elementos que sacrifican el ideal en una acción política no para evitar que, a largo plazo, el ideal mismo se venga abajo, sino por una simple cuestión personal. Pero estos elementos también implican en sí mismos, a priori, la existencia de aquellos principios que constituyen el corpus de la ideología. En este caso, es la propia debilidad de la naturaleza del hombre lo que entra en juego. Y esto es así porque, el ideal, incorrupto, de otro mundo que este, se mantiene inexpugnable a lo largo de los siglos. El ser humano no pone a prueba los ideales al llevarlos a la praxis, sino que son los ideales mismos los que ponen a prueba, constantemente, los que ponen a prueba al ser humano. Éste es finito, mortal, de carne y hueso, y por tanto está predestinado a cometer errores y mucho más a cuidar de sí, mientras que la naturaleza del ideal, objetivamente hablando, es contraria, es infinita, inmaterial, y nos sobrevive a todos. El ser humano puede llegar a ser en ciertas ocasiones un títere en manos del ideal.

Esta segunda clase de corrupción es la que me interesa. Los falsimedia, o los propios políticos, al hablar de sus elementos corruptos sólo pretenden activar en nosotros dispositivos subconscientes que implican la presencia de esta segunda clase de corrupción, y esto por lo siguiente: porque generan la ilusión de que en las Asambleas, en los espacios de representación pública, existen elementos que: Primero, son políticos, es decir, representan al pueblo ya que encarnan los principios que componen la ideología, los cuales son de carácter ético. Esto es, el que es de un partido supuestamente conservador ha llegado ahí porque considera que alguna forma de sociedad conservadora en lo social y liberal en lo económico, es mejor, es la buena, es la moralmente correcta porque es la que más felicidad puede aportar a sus conciudadanos. Y lo mismo para los elementos de un partido supuestamente de izquierdas, que se adhieren a otra clase de ideología a la que subyace, en el fondo, la misma creencia en el mejor sistema posible por principios y funcionalidad. Segunda cosa que implicamos, que dichos elementos han llegado a ocupar los asientos desde los cuales representan a un sector porcentual de la población por encarnar dichos valores éticos, o sea, que detrás hay una carrera específicamente política. Estos dos factores son esenciales, pues, si la realidad se correspondiera con esto, tendríamos ya la perfecta relación entre ciudadanos y políticos, una relación que sólo se da en el marco teórico, y que viene a justificar la existencia de los espacios públicos, de las Asambleas, y de nuestros representantes.

Con estas ideas implicadas el subconsciente, la expresión “corrupción política” trabaja del siguiente modo: estas personas caracterizadas por su carrera política en pro del ciudadano, al llegar a ocupar estos sillones, han sido corrompidos desde fuera por otros elementos que representan el interés privado, y que son, en resumidas cuentas, el capital. Véase cuál es la idea clave, el núcleo duro de la cuestión: la expresión, a pesar de su connotación negativa, continúa manteniendo la separación entre lo público y lo privado, mientras que llena a nuestros políticos de una imagen mediática según la cual sus intereses y motivaciones han sido siempre la promoción de la felicidad general, en contraste con otros políticos de carrera o profesión que piensan que la felicidad general llegaría mediante otra ideología. El término apela a su vez a la debilidad de la naturaleza humana, y sitúa la corrupción, verdaderamente, fuera del espacio político, por parte de ese capital.

Es una forma más de mantener intacto el statu quo: primero, la corrupción política implica precisamente eso, la existencia del espacio político, público, separado del privado, segundo, al capital nadie lo culpa, pues está en su naturaleza la pretensión de incrementarse a toda costa, incluso corrompiendo las santas conciencias, la inocencia inmaculada, de nuestros políticos, y tercero, deja siempre en menos del jefe del partido, o de elementos sistémicos como la justicia, la solución del problema, desplazando así la acción ciudadana al espacio de la simple expectativa. Si estos elementos corruptos dimiten o son espulsados (incluso aunque no sean encarcelados) pues ya está, otra vez, el sistema impoluto.

El caso de Madrid demuestra que esto no es así. No se dejen ustedes engañar por más tiempo. Esos elementos que vemos desfilar en televisión no son corruptos, políticamente hablando, porque jamás han tenido un solo ideal o principio que se pudiera corromper. Estoy convencido de que la gran mayoría jamás ha tocado un libro de política, y mucho menos si este libro iba en la línea de aquellos que pretenden instaurar o interrogarse sobre cuál sería el sistema político perfecto con respecto a valores puros o al menos aquel que produciría la mayor felicidad. Aunque dicen defender una economía liberal, la mayoría sabe de Adam Schmit lo necesario para pronunciar su discurso de turno, y tal discurso ha sido escrito por los asesores de imagen, para construir eso precisamente, la imagen del político que, en realidad, no se es ni se fue jamás. El capital no los corrompe desde fuera, sino que ellos mismos son ya otra forma de capital. Ineptos en política, ajenos a cualquiera consideración ética, personas sin escrúpulos, que jamás se han interesado por nada que no sea incrementar el número de dígitos de su propia cuenta corriente, y que en esa carrera por enriquecerse, gracias a su habilidad, a sus contactos y, como digo, a la ausencia de todo escrúpulo, se han visto de pronto ocupando un asiento desde el cual se ha de representar la voluntad popular. Pero estos no son ni de derechas ni de izquierdas. La voluntad popular no sólo no les interesa ahora, es que no les ha interesado jamás. De hecho, ellos no son corruptos al estilo habitual que imaginamos porque piensan en otros coordenadas.

Ahora, que el ciudadano piense en esta reflexión. Supongo que no serán todos así, pero poco a poco, día a día, la política es gobernada por esta clase de elementos. Ahora corrupción política no significa que unos individuos han renunciado a sus principios para enriquecerse, no señor, ahora significa que estamos gobernados por un puñado de impresentables sin el más mínimo atisbo de una conciencia moral (encarnada en una ideología política) que harán todo lo posible por, no digo ya sostenerse en el poder, sino incrementarlo a toda costa. Por eso últimamente tenemos la sensación de que la crisis económica no solamente no está siendo solventada, sino que los poderes la usan para apretar más al personal si cabe. Su finalidad: chupar hasta la última gota de sangre, pues para ellos los ciudadanos no son más que vacas apacibles que ordeñar.

Estamos, pues, en manos de un puñado de gente sin principios, ni éticos, ni morales, ni religiosos, ni relacionados con alguna clase de ideología política, por eso la expresión “corrupción política” no se les puede aplicar. Hagan un ejercicio: cuando los vean por televisión bajen el volumen para no escuchar la voz de la presentadora de turno. Miren atentamente a esos elementos desfilar delante de sus ojos. Miren sus trajes, sus ademanes de prepotencia, estudien sus antecedentes, y descubrirán, quizá no sin horror, que esos no son políticos corruptos porque NUNCA HAN SIDO POLÍTICOS, sino otra cosa incluso peor. Y luego piensen que su vida, individual y social, está atravesada por lo que esa gentuza decida, está determinada en gran parte, en una parte muy grande, por ellos.