miércoles, 25 de marzo de 2009

Refundación del sistema capitalista o sobre el gran saqueo de las arcas públicas

Cuando la estructura del sistema adopta la forma del timo piramidal a escala global elevado a norma económica encubierta, la Refundación no puede ser sino el último gran saqueo de los bienes públicos.


El burdo análisis de los economistas oficiales encorsetados en las viejas categorías jamás tendrá una incidencia positiva sobre la desastrosa realidad, porque dichas categorías, además de anticuadas y descontextualizadas, han sido puestas en circulación en complicidad con los mass media por un discurso político y económico interesado, los nuevos tiranos de la sociedad, los nuevos líderes totales a la cabeza de un capitalismo monopolístico que aglutina, hoy como ayer, la riqueza en unas pocas manos.

Han sido los poderes fácticos quienes, frente a la crisis, han hecho aparecer la opción ilusoria entre socialismo (a lo soviético) o liberalismo a ultranza asociado en el imaginario colectivo a una sociedad de bienestar que, es cierto, dio sus buenos frutos, pero que el mismo capitalismo desenfrenado que engendró se ha encargado de desmantelar desde hace ya treinta años. Estas categorías no son sino una estrategia que justifica la progresiva absorción de lo público por lo privado, el último gran expolio de la sociedad pública que comenzó con la privatización de las empresas privadas y la deslocalizacón de las grandes empresas multinacionales.

Es meter miedo a la gente con el lobo del autoritarismo para seguir dejando la política sin poder alguno sobre la economía real. Hoy por hoy vivimos tiempos extraños donde el pensamiento lucha por buscar asiento sobre una realidad firmemente consolidada en conceptos eficaces, que brillan ahora por su ausencia. El keynesianismo se basaba en una conjunción de socialismo y economía liberal, y debe mucho más al modelo soviético de lo que le gustaría reconocer. Socialismo, para proteger al ciudadano de los desmanes del capitalismo y generar un contexto de progreso sostenido sobre la base de un plan largoplacista (racional, capitalismo productivo) que pusiera fin a los procesos de crisis y las guerras intestinas como producto de las revoluciones proletarias que, en el caso de Alemania e Italia, los líderes absolutos se encargaron de transformar al nacionalsocialismo.

Esta economía según el modelo de keynes estaba ligada fuertemente a la ley que prometía retenerla dentro de los límites de un contexto internacional entre países con leyes sobre derechos humanos, laborales, civiles y mercantiles homologables. Ese y no otro fue el principio fundamental del Plan Marshall, cuyo objetivo principal era reflotar a la Alemania vencida, pulmón de la economía mundial, y no volver así a caer en el gran error del Tratado de Versalles. Con Alemania reflotada, se impedía que Europa cayera bajo la influencia del comunismo a la vez que se extendían las posibilidades del mercado norteamericano de exportar sus excedentes de producción. El Plan Marshall era dinero a fondo perdido para levantar una Europa a imagen y semejanza de Estados Unidos, la nueva potencia mundial.

Sin embargo, ahora ese socialismo es la herramienta del mismo poder económico para organizar a la población a través de leyes autoritarias y así salvar lo que se ha bautizado como capitalismo, no ya internacional, sino transnacional. Este autoritarismo de Estado se refleja en la nueva alianza que los partidarios de la democracia liberal (también aquí entra la socialdemocracia) están haciendo con el pensamiento fascista y de ultraderecha, la gran fuerza de contención del movimiento obrero revolucionario, el cual asoma con cada crisis reclamando lo que es suyo. Esto ya sucedió una vez.

Aquí viene el segundo problema. Transnacional y multinacional son la misma cosa. La globalización no es sólo que las grandes empresas multinacionales hayan colonizado el mundo, ni tampoco es sólo que dentro del marco internacional de países capitalistas la economía se haya desregularizado. Transnacional significa que las multinacionales se han descentralizado, implantando sus sedes en paraísos fiscales previo acuerdo directo -sino consenso social, pues en estos países se ha promovido desde Occidente la soberanía, pero no la democracia real- con pequeños estados soberanos independientes que suplantaron después de la II Guerra Mundial el modelo colonial del imperialismo, moviendo fronteras -lo cual ha provocado genocidios en África- según la planificación occidental y sus intereses económicos, y que la multinacional necesita sobre todas las cosas para que los dictadores de dichos estados, equipados con armas, repriman a su población y así someterla a la explotación extranjera, a cambio de fortunas personales y la permanencia en el poder asegurada mediante los ejércitos de Occidente. Son países donde no se tiene ningún acuerdo jurídico para regular el sistema de derechos humanos y laborales. Estos países a menudo acaban siendo productores de materias que se venden en un mercado global, acabando con cualquier forma de producción autóctona de subsistencia. Esto genera hambre, miseria, movimientos migratorios, persecución y derramamiento de sangre.

El nuevo nadie -pues como indocumentado no tiene existencia a efectos jurídicos- que llama a las puertas de Europa, y que los poderes, frente a la crisis, quieren deportar como mano de obra excedente bajo la excusa de la delincuencia universal, no es sino el resultado de las políticas imperialistas, que han ido convirtiendo poco a poco a esa gran población mundial en un nuevo lumpen proletariado sin fronteras. La multinacional es un neo-colonialismo bajo la forma que ha moldeado en su frenético desenvolvimiento el capitalismo sin fronteras. Esta descentralización de sus sedes nacionales lleva a casos como los de General Motors, empresas que ahora exigen dinero público para evitar paro masivo en los países con los que se identifican, pero cuyo reflote económico con fondos del Estado no repercute positivamente en los ciudadanos americanos porque realmente es allí donde menos mano de obra contrata.

Todo esto ha generado un flujo de dinero negro, libre de impuestos, que se ha movido en paraísos fiscales, en lagunas legales, y sobre el cual, a su vez, el nuevo capitalismo financiero ha estado especulando (ganando dinero sobre dinero libre de todo control). El imparable desarrollo de las nuevas tecnologías informáticas debe su suerte a este acontecimiento de la especulación sin fronteras, pues permite, en cuestión de minutos, mover dinero digital de una punta del planeta a otra, especular de forma frenética para engrosar las cuentas personales de los inversores. De no ser por este impulso, dichas tecnologías jamás habrían encontrado la inversión de recursos económicos necesarios para desplegarse en tan poco tiempo. Las redes informáticas son al nuevo Imperio financiero lo que las líneas ferroviarias al viejo Imperio Británico colonial, que encontró la técnica perfecta para desplegarse como potencia mundial antes de su decadencia. El final de este modelo de explotación fue sonado.

Así que, con relación a los planes de refundación del capitalismo, que se basan en fuertes inyecciones de dinero público a lo privado, cabría preguntarse: ¿Existe realmente un sistema que salvar? Y de ser así... ¿qué significa salvar el sistema?

Este capitalismo transnacional es el que hace imposible hablar ya de sistema. Durante más de veinte años el sistema se desintegraba. Sistema era el keynesianismo: una estructura visible, con una identidad identificable gracias a su permanencia en el tiempo restringida a un espacio determinado, identidad basada en un plan racional a largo plazo sobre la base de una economía productiva regularizada. Pero el capitalismo especulativo, que ha surgido al amparo de ese proteccionismo de Estado, sólo genera grandes riquezas privadas. No hace productores, sino poseedores. Es dinero generándose a sí mismo, una ficción que quedó perfectamente reflejada en la película Wall Street de Oliver Stone, en la figura estrella de los años 80's, el broker de la bolsa. Sin esta figura emblemática y su mentalidad no se puede comprender esta crisis financiera global.

De hecho, la psicología del broker ha calado entre sus productos, filtrándose y configurando incluso la conciencia de una clase media asalariada que ha cerrado los ojos a la especulación porque se ha hecho de ella, no la excepción, sino la norma. Una clase media que, a su manera, estos últimos años, se ha permitido a sí misma especular. El ahora ex-presidente Bill Clinton es alabado por los economistas, pues, según cuentan, logró las condiciones óptimas para que el ciudadano medio asalariado pudiera invertir-jugar en bolsa. El correlato español de esta clase media, adaptado a la forma de especulación ibérica, ha sido ese obrero que decía comprar una vivienda como inversión, donde inversión ya no significa “inversión de futuro” con vistas a una estabilidad vital, sino inversión económica pura y dura.

Este capitalismo especulativo ha ido campando cada vez más a sus anchas, haciendo negocios totalmente oportunistas, liberado de las exigencias sociales y engullendo con su enorme poder el sistema público que debía hacerle frente. Por eso no se puede hablar de fallo en el sistema. El capitalismo aventurero no es ningún sistema porque carece de planificación consciente, racional, lo cual desmiente, a su vez, la teoría del automatismo. Es decir, sólo hay sistema cuando hay permanencia, y sólo hay permanencia cuando hay una acción consciente sobre la realidad que la organice y planifique. De hecho, estaba tan bien planificada que fue capaz de funcionar por inercia (como cuando alguien empuja un cuerpo). Pero esta inercia hizo aparecer la ilusión de que el sistema funcionaba por sí sólo. La acción consciente -la izquierda oficial que pactó con estos poderes- se durmió el los laureles durante los años dorados y, claro, la bola que fue echada a rodar se está deteniendo por su roce necesario contra una superficie rugosa, que no es otra sino su propia contradicción interna.

Es un caos que sólo dura mientras sus efectos no se hacen notar gravemente, mientras se vive de la simple dinámica de una organización racional de la sociedad que ese mismo capitalismo aventurero va desestructurando hasta, ahora.

El capitalismo, por otra parte, nunca ha superado sus crisis. Quienes han superado las crisis han sido lo capitalistas con ayuda de todos los recursos, que a pesar de los grandes conflictos mundiales por culpa de la crisis del 29 (que se prolongó durante los 30, y en cuyo centro también estuvo la especulación financiera) se las ingeniaron para perpetuar el modelo: persecución de las izquierdas, lavado de cerebro sobre todo mediante la publicidad, sociedad de consumo, préstamos hipotecarios, disolución progresiva de la conciencia obrera... De hecho, el final anunciado del keynesianismo se consumó en los ochenta con Reagan y Thatcher, quienes contribuyeron a extender a nivel mundial la influencia de un nuevo conservadurismo material e ideológico. Comenzó una segunda guerra ideológica contra el comunismo. Pero callan que la URSS fue durante toda la guerra fría una alternativa para algunos y una realidad de donde extraer ideas prácticas para otros, pues evidenció, hasta sus crisis internas, que el sistema socialista podía generar unas condiciones de vida favorables para tanta población como la de aquella parte del muro.

Los que dicen que el sistema capitalista funciona sólo, deben reconocer que no habría subsistido después del empuje del socialismo si no hubiera sido gracias a una serie de medidas políticas: la represión policial, las guerras y una producción racional en un Estado de Derecho y una sociedad de bienestar que disolvía todo instinto revolucionario (menos el de mayo del 68, pero fueron las izquierdas oficiales y pragmáticas las que dejaron en la estacada a los jóvenes, y todo ello porque veían en la sociedad de bienestar un modelo de desarrollo viable, ahora que había desaparecido el proletariado, o al menos este se transformaba en ciudadano de clase media con acceso a artículos de consumo)

Los economistas que defienden el capitalismo como sistema automático beben mucho más de Marx y Engels de lo que les gustaría reconocer. Pero lo han tergiversado. El capitalismo, en efecto, provoca ciclos de crisis. Pero el fallo en el supuesto sistema no es ni más ni menos que la propia motivación del capitalismo. Enfrentemos a Engels con Adam Smith. El segundo decía que el interés egoísta repercutía positivamente en el todo social mediante un serie de mecanismos psicológicos innatos. El primero decía que el interés egoísta, inherente a la dinámica del capitalismo, genera un estado social monopolístico (lo cual es evidente, pues la ideología científica que sirve de base piensa y actúa en las coordenadas delimitadas por la teoría de Darwin de la selección natural en la competencia por la supervivencia: vive el más fuerte, el que lo tiene todo, así que el fin justifica los medios) y masas de mano de obra que, convertida en dependiente del sistema industrial, al quedar desempleadas quedan igualmente desposeídas (de ahí que Marx, en su dialéctica histórica, afirmara que el capitalismo genera sin querer a la clase que ha de darle sepultura).

El nacionalismo y el capitalismo son contradictorios. Se ayudan durante un tiempo, pero acaban entrando en tensiones. Como supone un crecimiento infinito de capital, necesita ampliar sus fronteras para proveerse de recursos y más mano de obra con ayuda de la acción política que tiene su sede en la nación, pero cuando llega la crisis el sistema no puede desenvolverse dentro de los límites del proteccionismo de Estado sin generar sangrientas guerras. La teoría de los economistas, con cuyo modelo pretender salvar ahora la sociedad, es reduccionista y pone al descubierto que la crisis que atraviesa el mundo no puede ser resuelta mediante ninguna refundacióin de modelos que no solo son obsoletos, sino que no tienen ya correlato alguno en la realidad global.

Esta crisis (la crisis del estado de bienestar) comenzó en el 73 con la nacionalización de los hidrocarburos por la OPEP. Desde entonces, Occidente es el yonky de las dictaduras fundamentalistas que han basado su riqueza en el petróleo. Hasta ese momento, Occidente sacaba estos recursos naturales como Pedro por su casa. La energía, pilar de la sociedad de consumo, dejó de ser barata. Subió el precio de los artículos de consumo y la clase media comenzó a acceder a ellos a través del crédito, lo cual motivó la creación de un capitalismo especulativo y un desajuste importante entre precios, salarios, excedente de productos y capacidad productiva: llega la inflación.

El caso de España es quizá el más trágico en toda esta trama: entró en la modernidad al ingresar oficialmente en un mercado internacional basado ya no el crecimiento real de los salarios -como sus primeros veinte años, a los que no llegamos a tiempo-, sino en el famoso “compre hoy, y pague mañana”. Esta fue la ceguera de la optimista socialdemocracia del primer tiempo y sus planes de reconversión económica, pagados con el dinero del trabajador español metido a emigrante durante los años duros del franquismo o trabajando intensivamente en el sector servicios para los primeros turistas que pisaban el paraíso ibérico. El corto periodo de relativa libertad que se abrió con la Transición tuvo su correlato más oscuro en el endeudamiento progresivo de una clase social asalariada que a la vez que disolvía su conciencia de clase obrera y perdía potencia para la lucha, engrosaba cada año las cuentas de un poder financiero que creció al amparo del franquismo, cuya política fiscal -si es que la hubo- estuvo marcada por el más obtuso y descarado amiguismo.

Volvamos al contexto mundial. Se instaló un capitalismo especulativo que ha sobrevivido con sucesivas crisis a partir del 73: en los 80's (1987) y los 90's (1992), y la última en el 2000 con las .com. Se iba salvando la situación pero ya economistas de prestigio avisaban desde los 90's de que un sistema así acabaría por quebrarse, pues sólo se salva en último término poniendo parches que aumentan a su vez el problema del capital ficticio, y que cuando lo hiciera, cuando quebrara, iba a ser sonado. Lo que se ha estado haciendo desde los 70's ha sido buscar continuamente nuevos mercados donde especular para salvarse de la quema. El último fue el del ladrillo, pero este ha generado no sólo especulación, sino corrupción total (ejemplo de las grandes firmas financieras norteamericanas). Estos casos (las grandes firmas financieras) aparecen como casos puntuales de corrupción, pero son las multinacionales de la financiación que han estado determinando la estructura de la sociedad (o más bien desestructurándola) extendiendo su influencia a través de filiales que han extendido valores ficticios por todo el mundo, como un virus cuyo estallido pone en peligro incluso a países enteros que habían invertido en dichos valores. Es decir, el negocio piramidal sobre valores irreales puede que sea un timo, pero, entonces, es que los últimos 20 o 30 años el sistema de producción (no material, sino de producción de dinero sobre dinero) ha sido piramidal y por tanto, no ha habido sistema racional, sino timo elevado a forma de vida.

El aumento del nivel de vida de los asalariados europeos era tan ficticio (pues no se basaba en un aumento real de su sueldo sino en su capacidad de endeudamiento) como los valores bursátiles sobre los que se ha estado especulando continuamente. El dinero mundial es hoy más que nunca dinero digital por una parte, pues no es canjeable por productos reales -antes bien, genera una deuda que los trabajadores tendrán que convertir en dinero real durante los próximos 20 o 30 años-, y dinero sólido bien aparcado en paraísos fiscales. Por eso no hay dinero, porque el que hay es privado y sus poseedores no dejan que se mueva, que sea flujo, oportunidad para otros.

AHORA LLEGA LA APOTEÓSIS final: estos sistemas han generado grandes fortunas privadas y dinero ficticio. En anteriores crisis el problema del dinero ficticio podía solucionarse temporalmente buscando nuevos mercados de inversión y especulación a nivel mundial, avalado por sanguinarias guerras, pero ahora, no es que no hayan mercados, es que no hay confianza entre los mismos inversores, pues la crisis ha puesto todas las cartas boca arriba: el espacio del dinero es ahora el de poseedores que se miran desconfiados entre sí y ponen cara de póker. Pero todos los jugadores del juego se conocen entre sí. Saben que son de la misma ralea. El jugador tramposo sabe que el de enfrente es tan tramposo como él. Los grandes especuladores han tomado conciencia de vivir en la casa de las dagas voladoras, y nadie quiere exponer su dinero en estas circunstancias, en el espacio del timo, el engaño y el salvese quien pueda elevado a norma del juego. El juego del monopoli, famoso en países de mentalidad capitalista que prepara a las criaturas para el mundo que les espera -que gane el jugador individualista más astuto-, es inocente comparado con este nuevo juego de la mafiocracia. AQUÍ NO HAY REGLAS, POR MÍNIMAS QUE SEAN. O digamos que la única regla es que no hay regla.

En el oscuro y sucio juego de la inversión, cuyos personajes constituyen la mafiocracia mundial, (secretas redes de intereses transnacionales que mueven los hilos de la política y configuran la opinión pública), nadie se fía de nadie porque se conocen entre si, y se saben un rebaño de timadores y hasta asesinos, llegados el caso. En la web Iarnoticias pueden leerse artículos geniales donde se vincula el terrorismo internacional con estas mafias capitalistas.

¿De dónde sacarán el dinero que supla esa carencia, que sustituya los inútiles valores inmobiliarios y demás dislates financieros que no valen ni una décima parte del capital que supuestamente han creado? Adivina: Ha comenzado el saqueo de los Estados. Es la última fase de la privatización, que a través del Plan Bolonia se extiende también a las Universidades, pues el afán de poder absoluto no tiene límites. Dinerito fresco que hará cuadrar las cuentas entre el debe y el haber. Este es el último empuje del sistema de especulación mundial. Cuando también sea dilapidado en grandes orgías de multimillonarios a lo monarca absoluto, se acabó lo que se daba. Toda la riqueza producida por una clase obrera mundial a lo largo de casi un siglo de producción disparatada que incluso está poniendo en jaque la estabilidad biológica del planeta, estará en manos de unos pocos ineptos. Los mismos que no dudarán en enfrentarnos entre nosotros, creando facciones, ideologías, miedo y terror, con tal de salvar su posición de poseedores.

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